Muchas ciudades de Estados Unidos, tanto grandes metrópolis como localidades medianas, registraron en 2021 un número récord de homicidios, en una espiral de muertes que comenzó el año pasado en plena pandemia y que las autoridades luchan por controlar.
Las causas, según expertos consultados por la AFP, son variadas: el golpe del coronavirus y los múltiples traumas que ha causado, una recuperación económica que no ha beneficiado a todos y -sobre todo- la abundancia de armas de fuego.
Filadelfia batió un funesto récord que databa de 1990, con al menos 535 homicidios este año en una población de 1,5 millones de habitantes. La "ciudad del amor fraternal" superó a Nueva York y Los Ángeles, las dos metrópolis más grandes de Estados Unidos.
"En Filadelfia, como en muchas de las principales ciudades, somos pobres", dice Dorothy Johnson-Speight, directora de la oenegé Mothers in Charge.
"Hablamos de un pobre sistema educativo, problemas de vivienda, de recursos para las familias que necesitan apoyo... Tenemos una alta tasa de inseguridad alimentaria", explica.
Tras la muerte de su hijo, asesinado a los 24 años en un altercado por una plaza de aparcamiento, ella creó en 2003 esta asociación que lucha contra la violencia en esta ciudad del noreste del país, cuna de la democracia estadounidense.
El grupo, que organiza sesiones de manejo de la ira y apoya a familias de víctimas de homicidio, tuvo que limitar sus actividades por varios meses por la pandemia.
La ausencia de ese apoyo "hace aumentar el enojo", dice Johnson-Speight. "Cuando no tienes un lugar al que acudir o no sabes cómo manejarlo y no tienes apoyo para hacerlo, suele empeorar".
Enojados por todo
La capital estadounidense, Washington (con al menos 211 homicidios), Albuquerque (100), Portland (al menos 70), Richmond (80): "este país perdió la cabeza", asegura David Thomas, profesor de criminología en la universidad Florida Gulf Coast.
"La gente está simplemente enojada, contra todo. Y con esa frustración sus mecanismos de gestión de estrés parecen fallar", agrega este catedrático afroestadounidense.
Los jóvenes, particularmente los provenientes de minorías, "se enojan entre ellos, eso lo llevan a Facebook y luego termina en un tiroteo", explica.
Johnson-Speight también critica la influencia de la música drill, una corriente de hip-hop con letras sombrías, brutalmente violentas y originaria de Chicago.
Los jóvenes se identifican con los raperos que "muestran las diferentes armas disponibles" en el mercado, mientras cantan sobre a quién van a matar, comenta.
Pero para Jeff Asher, antiguo miembro de la CIA y analista de estadísticas criminales, como para otros especialistas, la causa principal de esta ola de violencia es el "gran incremento en la venta de armas" desde que comenzó la pandemia.
Cerca de 23 millones de armas, un récord, fueron vendidas en 2020, según la firma especializada Small Arms Analytics & Forecasting, que estima una cifra de 20 millones para este año.
"Todo el mundo tiene un arma", asegura Michael Pfleger, un sacerdote católico y activista contra la violencia en Chicago. "Un arma ahora se ha convertido en la primera línea de defensa o de ataque para mucha gente. La gente en la calle te dice: 'Tengo que tener un arma porque todos los demás la tienen'".
Desconfianza
Chicago, en el norte del país, ha sufrido por años de violencia y corrupción. Este año ya superó los 800 homicidios, un récord desde 1994.
La mayoría de los homicidios son por ajustes de cuentas y las víctimas son en gran parte afroestadounidenses, muchas veces niños muertos por balas perdidas.
El padre Pfleger denuncia "la falta de implicación, de escuchar y de estrategia de las autoridades para luchar contra la violencia", así como la actuación de la policía, con menos del 50% de las investigaciones resueltas en 2020.
"Resolver un alto porcentaje de los asesinatos aumentaría la confianza de la comunidad y también sacaría a los asesinos de las calles", dice a su vez Asher.
Y también apunta a "una creciente desconfianza en la policía" que puede hacer que "la gente esté más dispuesta a tomar la justicia en sus manos", un efecto exacerbado tras el homicidio del afroestadounidense George Floyd por un agente blanco en mayo de 2020.